¿Qué decir ante tanto nivel de maldad junto? ¿Cómo se puede explicar que menores de 13 y 14 años pongan su ley a base de golpes, mientras otros lo jalean entre risas y encuentran su trofeo en la grabación y difusión en imágenes en las que otra menor es brutalmente agredida y suplica que paren mientras la sangre resbala por su rostro?
Hechos que presuntamente no son puntuales, ya que no era la primera vez, ni con ella, ni parece ser con otros.
Quizás también habría que recalcar a ver si así entramos en ‘vereda’ que no solo quienes golpean cometen un delito, también quienes ríen, jalean y no prestan ayuda a quienes padecen estas aberraciones, incurren, ‘presuntamente’, en un delito de omisión de socorro.
Y que decir de quienes graban y difunden situaciones tan lamentables como la expuesta, ‘presuntamente’ podríamos hablar de más de un delito.
Esta violencia gratuita es la que desgraciadamente nos rodea cada vez más, ante la pasividad de quienes se escudan en buscar algo que explique lo que ya de por sí, resulta inexplicable y moralmente inaceptable.
Cuantas veces hemos visto últimamente la misma tesitura. Menores que agreden, que son agredidos, que viven o malviven buscando su sitio y en algunos casos como éste, imponiendo su Ley.
El maltrato, como vemos, se hace hueco en esta sociedad y se normaliza como parte de ella.
Esa ‘normalidad’ precisamente es lo que me preocupa.
Y si por algo se caracteriza septiembre, es por la vuelta al cole. Una vuelta enrarecida, marcada por las mascarillas y en la que los geles hidroalcohólicos se hacen presentes en todas las mochilas y aparece una nueva forma de acoso escolar: el que se empieza a hacer a menores, que han tenido la mala suerte de encontrarse con la Covid 19, bien en su propia piel o en la de algún familiar.
No hace falta mucho, para ser el detonante de cualquiera, pero si hace falta coherencia para evitar que eso ocurra.
Se avecina un otoño marcado por la incertidumbre en un país que no acaba de remontar, que enlaza una crisis con otra y que nos deja escenas, que nunca se debieron de repetir, mientras seguimos tropezando una y otra vez con la misma piedra.
Una piedra a la que ya le tenemos mucho cariño.