En estos últimos años he oído demasiadas veces la expresión «madre coraje “o “padre coraje“. Realmente, conozco a pocos padres y madres que no lo sean y en los tiempos que corren aún más. Detrás de cada persona, siempre hay una historia y posiblemente cada cual lleve su cruz, aunque no sea de dominio público.
He de reconocer, que detrás de esos “corajes“, las historias de lucha personal y social son dignas de un reconocimiento diario y de la mayor de las recompensas: que esa lucha tenga el final deseado para quien empieza esa cruzada. Me aferro a esas historias de lucha para seguir aprendiendo día a día, mientras paseo por la vida siendo una becaria de los mejores maestros.
Y esta becaria con coraje no concibe que ‘espectáculos’ innecesarios sean debatidos hasta la saciedad, mientras se especula con el dolor y el sufrimiento. Me cuesta creer que víctimas de maltrato sean fruto de escarnio público y que solamente falte que sean azotadas en la plaza del pueblo a la vista de todos y todas como si aún estuviéramos en la Edad Media.
Esta sociedad, que clama ante cosas banales, se calla ante hechos graves y juzga por lo que cree que puede saber. Confundimos empatía con simpatía, tan parecidas y distintas.
El coraje de vivir está en existir siendo marioneta de otros, que buscan sentido a su vida haciendo maldades. El coraje está en levantarse a sabiendas que cuando vuelvas a casa, posiblemente seas un juguete roto y que dentro de un rato o con suerte mañana, volverá a girar la rueda, mientras el tiempo de descuento empezará en cualquier calle, colegio o en el salón de tu casa.
El coraje de vivir verdaderamente es la fuerza que cada uno tiene y que aparece en situaciones en la que la esperanza es lo poco que aún queda.
La fuerza de voluntad, esa cualidad humana que rige el coraje y que es digna de estudio en las mejores universidades, es un ejemplo en tantas historias que quedan en el olvido y que siguen siendo auténticas batallas para quienes luchan diariamente con gigantes y a contracorriente.
Ese llanto y esa sonrisa, ese querer y no poder, que con tanto acierto cantaba Antonio Flores, realmente en eso está ese coraje de vivir y no entre títeres de espectáculos inútiles que ponen de manifiesto lo que en otras culturas ya estaría descatalogado.